Maria Elvira Herrera Benavides
Médico General y Psiquiatra General - Universidad Pontificia Javeriana
El duelo es el dolor de una persona ante el fallecimiento de un ser querido, ese dolor se refleja en los diferentes ámbitos del ser humano. Es uno de los acontecimientos más relevantes en la vida y cada persona tiene un tiempo de elaboración.
Se habla de duelo complicado cuando este dolor, que con el tiempo va de la mano de la aceptación de lo irreversible de la muerte, se desborda e impide funcionar en la vida diaria. Los factores que llevan a que un duelo se complique son la dependencia que se tenía de la persona fallecida, la sensación de culpa con respecto a la muerte del familiar. Problemas de salud física o una pobre red de apoyo personal y social.
Un caso particular de duelo complicado es el que pueden hacer los niños ante el fallecimiento de uno de los padres. Este tiene que ver con el concepto que el niño tiene de la muerte.
El concepto de la muerte es un concepto muy complejo que puede depender de muchos aspectos: edad, cultura, religión, educación y aspectos emocionales.
Hasta los cuatro años hay un desconocimiento acerca de la muerte y no se considera definitiva pensando que quien fallece solo “duerme”, en consecuencia si solo duerme ese padre podría volver y continúa teniendo sentimientos. El niño también puede experimentar sentimientos mágicos teñidos de culpa asociados a un pensamiento suyo que hizo que el padre falleciera.
De los cinco a los nueve años la muerte sería irreversible, es decir, quien se muere no vuelve pero donde esté conservaría algunas funciones biológicas
Pero en los niños en todas las edades se piensa en la muerte como un fenómeno que le pasa a los demás pero no a uno mismo.
Antes de los cinco años no se pueden entender los tres componentes de la muerte: 1. Que es irreversible definitiva y permanente 2. Consiste en la ausencia total de funciones biológicas 3. Es universal pues todos moriremos algún día.
En esa edad la tendencia a llorar por el duelo es escasa y el niño está confuso y perplejo preguntando dónde está el padre o la madre y cuando volverá.
En realidad se puede decir que el duelo de los niños pasa por tres etapas:
1. Protesta: el niño llora desesperado rogando que el padre vuelva.
2. Desesperanza: ya comienza a perder la esperanza de que vuelva, llora en ocasiones y puede estar apático.
3. Ruptura del vínculo: es en este momento en el que niño empieza a renunciar al vínculo emocional y se empieza a interesar nuevamente en el mundo.
El duelo se manifiesta en niños y adolescentes primero con la confusión de haber perdido a la persona amada que a su vez se acompaña de rabia por la sensación de haber sido abandonados. Esto se ve reflejado en juegos, violentas pesadillas o malestar con otros miembros de la familia. También sienten miedo del que el padre sobreviviente se vaya y los abandone. El niño puede portarse de una manera regresiva y adoptar comportamientos que ya había dejado de lado: hablar como bebé o miedo a la oscuridad etc.
Pueden experimentar tristeza por la pérdida, que se ve reflejada en insomnio, anorexia, miedo a estar solo, disminución en el rendimiento escolar. En los niños más pequeños predominan los síntomas fisiológicos mientras que en los adolescentes, como pueden hablar de manera más fluida, predomina el malestar psicológico.
El duelo de los niños difiere del duelo del adulto porque los niños tienden a negar más la situación y pueden mantener la capacidad de disfrute. Así mismo los niños no ven afectada su autoestima a raíz del duelo, como sí lo hacen los adultos.
El duelo en los niños puede tener una duración variable que puede ir de unos meses hasta un año. En general la mayoría de niños pueden elaborar la pérdida de un padre de manera adecuada sin que esto afecte su vida adulta.
Factores de riesgo de duelo complicado:
Aunque en la edad infantil también inciden los factores de riesgo ya señalados anteriormente para los adultos existen factores particulares de esta edad como son los siguientes:
Ambiente inestable con alternancia en la figura responsable de los cuidados
Forma inadecuada de reaccionar del progenitor superviviente puesto que sirve de modelo.
Existencia de segundas nupcias y relación negativa con la nueva figura.
Pérdida de la madre para las niñas menores de diez años y pérdida del padre para varones adolescentes
Falta de consistencia en la disciplina impuesta al niño o adolescente
Suicidio u homicidio del progenitor fallecido.
Estrategias para que el niño pueda sobrellevar el duelo de una mejor manera:
Es necesario “educar para la muerte” es decir que el niño sepa que es parte de la vida y que en algún momento todos vamos a llegar a ella.
Ayudarles a expresar sus emociones, trabajar sobre el recuerdo del padre fallecido, ayudar a mantener las relaciones sociales y las actividades que venía realizando y facilitar la comunicación entre los miembros de la familia.
Responder con honestidad a todas las preguntas que hagan, incluso expresando dudas si no tenemos clara la respuesta: muchos padres, en su afán de proteger al niño, le informan de que el progenitor fallecido se ha ido de viaje, está en el hospital o se ha quedado dormido, lo que complica el proceso normal del duelo. En especial, no debemos ligar el hecho de la muerte con el sueño (que puede derivar en trastornos del sueño) o con un viaje (que pueda dar sensación de abandono).
Debemos permitir que vean el cadáver si lo desean y sería conveniente que participaran en los ritos funerarios (velación, entierro, funeral). Los ritos son útiles, sea un acto de liturgia oficial de cualquier religión o sea colocar una flor en un lugar especial. Es importante que el niño se vea como uno más entre los que comparten el dolor ante la muerte de la persona querida.
Es necesario mantenerse física y emocionalmente cerca de ellos, garantizarles el afecto y compartir con ellos el dolor así como ofrecerles modelos de actuación. Él padre o la madre que sigue con él niño, por ejemplo, no debe esconder su dolor y es conveniente que muestre al niño su fragilidad y sus sentimientos y compartir con él su tristeza.
Hay que garantizar la estabilidad y retomar lo antes posible la normalidad de la actividad cotidiana. Nunca hay que tratar de fingir que no ha pasado nada, o que el fallecimiento no ha ocurrido, o que la vida del niño no va a cambiar porque no tardará en persuadirse de lo contrario.
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