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El primer neurólogo de Colombia

Actualizado: 6 mar 2021

Educerebrix agradece la gentileza del doctor Hernando Molano López al aceptar compartir generosamente sus memorias



Recuerdo como si fuera ayer cuando ingresé a la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá a estudiar Medicina. Era el mes de febrero de 1952, me presenté a clases vistiendo traje de paño y corbata como era usual en aquella época. Tenía mucha ilusión y a la vez mucha incertidumbre de lo que estaba por venir, sentía que estaba abriendo una puerta pero no sabía a dónde llegaría. Con el paso del tiempo y con mucho esfuerzo y dedicación, esa puerta me llevó a convertirme en el primer neurólogo formado en Colombia, así que aprovecharé este espacio para contar cómo fue ese recorrido del cual me siento muy orgulloso y del que guardo los mejores recuerdos.

Al terminar mis seis años de estudios básicos, el 16 de enero de 1959 entré a hacer mi año de internado en el antiguo Hospital Militar, ubicado al sur de la ciudad de Bogotá en la localidad de San Cristóbal, cerca de la antigua planta del acueducto llamada Vitelma y donde funcionaba la Escuela de Sanidad Militar.

El hospital era una construcción muy bonita, rodeada de jardines, eucaliptos y un bosque nativo. Era un edificio de dos pisos, su arquitectura era una mezcla de estilo republicano y castillo medioeval pues remataba la fachada con dos torres medievales donde ondeaban la bandera de Colombia y la bandera de Sanidad Militar.

Las condiciones en las que vivíamos los internos eran excelentes: buena habitación, excelente comida y adicionalmente teníamos un transporte que nos recogía cerca de nuestras casas. Al terminar el año de internado continué allí haciendo mi año rural como servicio social.

En el año 1961 debía iniciar mi especialización, lo que llamamos Residencia; durante las rotaciones en el Internado por los diferentes servicios me inclinaba por la especialización en Medicina Interna, pero tuve la suerte de la llegada al hospital del doctor Andrés Roselli Quijano, procedente de los Estados Unidos ya graduado como neurólogo: el doctor Roselli venía con la idea de crear el Servicio de Neurología y me entusiasmó para que yo me formara como neurólogo bajo su dirección, convirtiéndose en mi maestro y mentor. Acepté el reto y empecé a estudiar a fondo el intrincado Sistema Nervioso que hasta ese momento era poco estudiado en el país. Me sentí muy honrado de que el doctor Roselli hubiera pensado en mí para comenzar esta aventura.



El Hospital en ese momento era un hospital de guerra pero también se atendía a familiares de las Fuerzas Armadas y a particulares y teníamos grandes expectativas pues se estaba terminando de construir el actual Hospital Militar Central, que tendría todos los equipos y tecnología de punta para llegar a convertirse en el hospital más moderno y mejor dotado de Colombia.

El servicio de Neurología del hospital “viejo” como le decíamos, inició con cuatro camas exclusivas para pacientes neurológicos y el equipo estaba conformado por el profesor Roselli, la enfermera jefe Margarita Zorrilla y yo como residente I. El servicio de Neurocirugía lo conformaban el Dr. Salomón Hakim Daw y el Dr. Guillermo Laverde Robayo.

En marzo de 1962 se inaugura el nuevo Hospital Militar Central, el cambio fue rotundo pues teníamos habitación, alimentación, clases de inglés y un salario de 250 pesos. Contábamos con una dotación completa con los mejores equipos del momento, nos asignaron 12 camas, y se amplió el servicio con el nombramiento del Dr. Jaime Gómez González, el neuropatólogo Dr. Gabriel Toro, el encefalografista el Dr. Jaime Potes y dos nuevos residentes de Neurocirugía los doctores Fernando Gutiérrez Lara y Jaime Fandiño Franky. Posteriormente llegó a iniciar su residencia el Dr. Carlos Medina Malo en el servicio de Neuropediatría, consolidándose un servicio de Neurología muy sólido con excelentes profesionales.

Teníamos grandes desafíos, pues al no contar en esa época con las imágenes diagnósticas de la actualidad como la resonancia magnética y las tomografías, nos basábamos en la Clínica, estudiábamos a profundidad los signos y los síntomas del paciente para llegar a un diagnóstico y ubicar el sitio dónde se hallaba la lesión y muchas veces pudimos sentir la satisfacción de haber acertado en el diagnóstico comprobándolo en el momento de la cirugía.

En esa época contábamos con tiempo para hacer una buena anamnesis y examinar a fondo al paciente y conocerlo no como un número sino como un ser humano que se acercaba buscando ayuda para recuperar su salud.

Desafortunadamente, en plena edad productiva como profesional, sufrí un problema de salud que requirió un carga muy fuerte de antibiótico que me ocasionó una gran pérdida de la audición, que no se pudo controlar bien con audífonos y me llevó a tomar la decisión de dejar de ejercer la profesión que tanto amaba.

Ahora, a mis 90 años en el ocaso de mi vida, doy gracias a Dios por los años en que pude ejercer mi profesión y una gratitud infinita a mi maestro Dr. Andrés Roselli por haber creído en mí y darme la oportunidad de convertirme en el primer neurólogo completamente formado en Colombia.

A las nuevas generaciones de médicos un consejo: no olviden la Clínica pues existen signos y síntomas que no se pueden dejar pasar por alto en la consulta, hagan un buen examen y una buena historia clínica del paciente y no dejen todo en manos de los aparatos de alta tecnología pues el “ojo” de un buen clínico no falla.







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