La llegada de Carlitos
Era diciembre del año 1992, antes de salir dejamos en la nevera una botella de champaña, arreglados y llenos de luz el árbol de navidad y el pesebre, las mesas adornadas y tres niños ansiosos esperando que volvieran pronto: papá, mamá y aquel bebé ansiosamente esperado, todo era expectativa, cruzábamos los dedos, –“que sea una niña, que sea una niña”–.
Tuve un trabajo de parto tranquilo, los ojos azules y serenos de mi ginecólogo, tres partos anteriores asistidos por él y su vasta experiencia, hacían que todo pareciera sencillo y así lo fue, hasta cuando dí a luz a otro varón como mis tres hijos anteriores, pero muy diferente a ellos. Era de un rubio casi transparente, como si no fuera de este mundo, su cabecita más alargada de lo normal, las manecitas abiertas y con unas muñecas que parecían no poderlas sostener, su piecito izquierdo volteado hacia fuera, el mentón inferior retraído, al tomarlo en mis brazos se desgonzaba entre ellos, pero era –tan… tan hermoso–, que cuando se lo llevaron a revisarlo, lo único que pensé fue –es tan distinto a todos que no me lo pueden cambiar, ese es mi hijo, el amado–.
Años después comprendí que en ese instante había aceptado con infinito amor la llegada de un niño “diferente” y la palabra queda bien cuando hablo de quien es el artesano de vida, de la nueva familia que surgió a raíz de su llegada. También entendí que mi mirada materna fue un halo de luz que tocó los ojos de mi esposo, de los niños y del resto de la familia, todos veían en Carlitos un ángel que llegó en Navidad y que de manera natural, sin esfuerzo, sin búsqueda de culpables, sin reclamos al Creador, se instaló en nuestras vidas.
Sus hermanitos se peleaban su cuidado, sus miradas y atención, esto era realmente un reto porque mi bebé tenía comportamientos autistas y lograr conectar con él era todo un logro que ellos celebraban y por el cual competían. Ayudarlo a vencer todas sus dificultades motoras, que los llamara por su nombre, que jugara con ellos, los forjó como hombres emprendedores e innovadores.
A nosotros como papá y mamá nos impulsó a estudiar y a aprender a ser padres guiados por psicólogas y terapeutas; descubrirnos con horror cómo en nombre del amor uno se equivoca tanto en la formación de los hijos al hacerlo solamente guiado por el instinto; nos dio la oportunidad de corregir algunas cosas respecto de nuestros tres primeros hijos y darle a Carlitos un mejor apoyo.
Al resto de la familia dejó de importarle que otra vez fuera un niño y se regocijaban con cada uno de sus mínimos y lentos avances.
Después de muchas investigaciones conocimos su diagnóstico, Síndrome de Prader-Willi, pero ya habían pasado seis años, en los cuales como sus hitos de desarrollo no se ajustaban a los tiempos esperados, nosotros nos pusimos nuestras propias metas y él como el campeón de la vida que es, se le midió y las logró.
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Cercano a celebrar su cumpleaños número 28 este hombre que es tan transparente e ingenuo como un niño, ha sido para propios, cercanos y extraños, un ejemplo de cómo debemos vivir la vida y disfrutarla en su magnífica sencillez.
Él derrotó con su presencia mi ego, ese enemigo oculto que me hacía pretender ser perfecta, con hijos perfectos, con vida perfecta; eso no existe y me fue más fácil de aceptar cuando di a luz a otro ser que me mostró mi verdadera esencia. Te amo, Carlitos, mi maestro.